COSTUMBRES, ANÉCDOTAS Y MISTERIOS
Tal vez una de las curiosidades más bonitas de la ciudad es el origen del
nombre de Madrid, ya que va unido a la belleza y riqueza de esta tierra mucho
más rica en aguas de lo que a priori pueda parecer.
A pesar de que su río Manzanares no es gran cosa, los subsuelos de la
ciudad están recorridos por bastantes arroyos y afluentes que han quedado
encajonados bajo el pavimento.
Paseo de la Castellana, arroyo Leganitos, Caños del Peral…
Por ese motivo cuando llegaron los árabes encontraron un lugar que era
conocido como “Matrice”, nombre ya anterior a los visigodos y que significaba
algo así como “madre de las aguas”.
Los árabes añaden el sufijo “t” (lugar) a la palabra “mayra” (matriz),
dando lugar a la palabra Mayrit o Magerit.
LOS CHISPEROS
Personajes que aparecen una y otra vez en las zarzuelas y obras
costumbristas madrileñas no son más que los herreros de los barrios de Maravillas (Malasaña) y Chueca.
LAS CORRALAS
También llamadas “casas de corredor“, es un estilo típico de construcción
puramente madrileño (asociado por otra parte al barrio de Lavapiés).
Si nos pusiéramos a buscar sus raíces tendríamos que remontarnos a las
construcciones judías (gurrálát) y árabes (adarves). Buscando sus similitudes
más cercanas, es evidente su gran parecido con los típicos patios de vecinos
andaluces.
Este tipo de construcción se comenzó a realizar en Madrid en los siglos
XVI y XVII, después que Felipe II se trajera la corte, provocando con ello una
gran demanda de viviendas que obliga¬ ba a aprovechar cada metro de suelo. Pero
de esa época no ha quedado nada. Las corralas que hoy se conservan datan de los
siglos XVIII y XIX.
Arquitectónicamente, podríamos decir que cuentan con un corredor, de ahí
su nombre de corrala, en torno a un patio central. Las viviendas se distribuyen
alrededor de este patio dividiéndose en exteriores e interiores, estas ultimas
llamadas ‘cuartos’.
En origen no contaban más que de un retrete por planta, situado al final
del corredor. Sobra decir que las condiciones de habitabilidad eran muy precarias
y que el hacinamiento de gente era una constante. El único lujo ornamental del
inmueble era la fuente de fundición, cuando la había, y que abastecía de agua a
los vecinos. Las primeras se levantaron en la zona de Lavapiés y
Embajadores. Más tarde, a mediados del XIX se construyeron en todos los barrios
populares, Maravillas (Malasaña), Tetuán, Vallecas, Carabanchel.
Por lo general se trataba de aprovechar solares con poca fachada y escasa
luminosidad para dar alojamiento a trabajadores y artesanos.
Las más antiguas que nos quedan, como ya hemos dicho antes, datan de
finales del XVIII y principios del XIX, siglo en que sirvieron de inspiración a
los autores de la época como escenario para muchas de sus obras y siglo en que
recibieron el sobrenombre de “Casas de tócame Roque”. Bastará recordar los
sainetes y algunas obras de Pío Baroja o Galdós. Por cierto, la casa de “Tócame
Roque” se encontraba en la esquina de las calles Barquillo y Belén.
GATOS
Y GATAS
Los más puestos en el tema ya sabrán que a los madrileños y madrileñas se
les conoce como gatos y gatas. Pues bien, el origen de este apelativo no se debe
a que arañen o que sean personas esquivas, sino a una leyenda (con dos
versiones como siempre) que habla de la habilidad demostrada por los madrileños
a la hora de asaltar una fortaleza enemiga trepando por sus muros.
Parece ser que las huestes madrileñas se presentaron con cierto retraso a
la cita con Alfonso VI que iba a asaltar un castillo o ciudad. Al llegar los
madrileños, preguntaron dónde podían acampar.
El rey, ofendido por el retraso, les mostró los muros enemigos y dijo que
detrás de ellos tenían reservado el lugar. Los madrileños ni cortos ni
perezosos se echaron al foso y treparon por las paredes “como gatos” ante el
asombro del resto de las tropas que no cesaban de gritar “ahí van los gatos” y
cosas parecidas. Evidentemente tomaron la posición enemiga.
EL CHOTIS
Una prueba más de la habilidad del pueblo madrileño para asimilar
culturas, usos y costumbres ajenas.
Este baile, el más popular y castizo donde los haya, llegó a la corte
procedente posiblemente de Alemania o tal vez Escocia, aunque la cosa no parece
muy documentada. Sin embargo se sabe que se bailó por primera vez en la capital en 1850 bajo el nombre de Polca Real. Luego, el pueblo llano se encargó de hacerle suyo y popularizarlo hasta convertirlo en uno de los símbolos del Madrid festivo.
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