VIADUCTO DE SEGOVIA
O DE LOS SUICIDAS
Supongo que no hace
falta mucha explicación sobre este negro nombre ¿no? de hecho al ser desde sus
inicios un lugar en donde la gente se suicidaba se optó por poner unas paredes
de cristal para evitar catástrofes. Para que os hagáis a la idea en la década
de los noventa se producían a un ritmo de cuatro suicidios al mes en el
viaducto.
La leyenda popular cuenta que el caso más excepcional fue en el siglo XIX,
cuando una enamorada se arrojó desde el puente porque sus padres no la dejaban
casarse con su amado. El vuelo de la falda amortiguó la caída salvándole la
vida.
UN POCO DE PICARESCA ESPAÑOLA
Un
gran "arte" que dio la España del siglo de oro al Continente,
fue la picaresca española, ese arte de engañar, timar y robar de una forma
elegante e inteligente. Aún se conserva ese aura positiva, aunque sea un hecho
tan autodestructivo y egoísta para la sociedad.
En la calle
del Rollo, muy cerca de la Plaza de la Villa, se encuentra un edificio
muy curioso. Si uno se fija bien puede ver que las ventanas son totalmente
irregulares, que no tienen ningún sentido. Pero sí, tienen su razón de ser. Resulta que cuando
Madrid pasó a ser la capital de España en detrimento de Toledo toda la corte
real se tuvo que trasladar. En esa época Madrid no tenía infraestructura para
albergar la corte del reino más poderoso del momento, por lo que se creó una
ley que obligaba que todas las casas debieran de donar la mitad de su espacio a
la corte.
Pero había una excepción, las casas que eran
irregulares y no tenían una mitad exacta, por lo que los madrileños de aquel
entonces viendo que era una ley injusta se dedicaron a hacer cuartos
irregulares, con ventanas si sentido, para que no se pudieran dividir sus
hogares.
Como dice
otro refrán típico de la picaresca española: "Hecha la ley, hecha la trampa".
EL PERRO PACO
El perro Paco
frecuentaba los cafés madrileños de la Puerta del Sol y de la Calle de Alcalá a finales del
siglo XIX. En un día del mes de
octubre se coló en el Café Fornos buscando algún pedazo de pan. Se acercó al Marqués de Bogaraya que le regaló con
un pedazo de hueso, las gracias del perro hicieron que le pusiese el nombre de Paco debido a que el Marqués se encontraba celebrando la festividad de Francisco de Asís. El Marqués acudía diariamente a comer al Fornos y esto hizo que se
convirtiera en una costumbre visitarlo. Pronto el perro Paco pasó también a la
hora de la cena. Y cuando no conseguía nada, cruzaba
la calle de Alcalá para ir al Café Suizo. Esta actitud
atrajo la simpatía de los habituales a los cafés de tertulia de la época, y pronto trascendió a la prensa madrileña.
La
prensa le halagaba tanto que llegaron a componerse canciones en su honor.
Pronto el acceso le era permitido en muchos locales, incluso en aquellos en los
que la entrada estaba prohibida para perros. No había portero o personal de vigilancia que le negara la entrada por
miedo a "la mala prensa". Paco era un compañero de los carruajes de
paseo de los toreros famosos de la época.
Lo
que más le gustaba a Paco eran los toros. En aquel entonces, la Plaza de Toros
de Madrid estaba
en el lugar en que hoy se alza el Palacio de los Deportes,
Avenida de Felipe II entonces llamada Avenida de la Plaza de Toros. Los días de
lidia, los madrileños subían a los toros calle Alcalá arriba. Y Paco subía como
uno más. Solía ocupar su localidad en el tendido 9 y asistía al espectáculo de
la cruz a la raya. Al terminar las faenas, muerto el toro, gustaba de saltar a
la arena y hacer unas cabriolas, para regresar a su localidad con los clarines
que anunciaban el siguiente toro. A la gente eso le gustaba.
De
hecho, podría decirse que fue la excesiva afición a los toros la que le costó
la vida al pobre Paco. La tarde del 21 de junio de 1882, un novillero
lidiaba, malamente, a uno de los toros que le había tocado en suerte. En el
momento de la suerte suprema, nadie sabe por qué (habría que saber de
psicología perruna), Paco saltó a la arena. Comenzó a hacer cabriolas, como
reprochándole al lidiador su escasa pericia. Éste, temiendo tropezarse con el
can, y para sacárselo de encima, le dio un estoconazo.
A
duras penas sobrevivió el lidiador a las iras del pueblo de Madrid, que quería
lincharlo. ¡Había herido a Paco! Finalmente, el empresario teatral Felipe Ducazcal, hombre muy querido en Madrid, consiguió apaciguar a las
masas, y llevarse a Paco para que lo cuidasen. Mas nuestro can nunca se
recuperó y murió poco después. Tras una etapa sin pena ni gloria disecado en
una taberna de Madrid, fue enterrado en el Retiro.
Como
nunca llegó a reunirse dinero para hacerle una estatua, no sabemos bien ni cómo
era, ni dónde está enterrado. Pero Paco es, desde luego, un extraño, conmovedor
caso de psicología colectiva. Todo un pueblo, el de Madrid, se aplicó a
quererlo, a alimentarlo, a respetarlo. Lo que empezó como una diversión terminó
siendo un fenómeno de masas, pues incluso hubo avispados comerciantes que
lanzaron productos «Perro Paco».
LA
REVERENCIA DEL REY
En la Plaza de la
Villa se encuentra la Torre de los
Lujanes, unos ricos
comerciantes aragoneses del siglo XV. Cuenta la leyenda que el rey Francisco I de Francia fue hecho prisionero en la batalla de Pavía, y que como a todos los
prisioneros importantes por los que se puede cobrar un rescate fue instalado en
un sitio acorde, en esta torre.
Pero para que el pueblo madrileño pudiera sentir su humillación en la puerta de
la torre pusieron unos tablones para taponar la mitad de la entrada, así
cualquier persona que intentara salir se
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