miércoles, 3 de febrero de 2016

DIGAMOS QUE HABLAMOS DE MADRID 4- (Continuación)

EL LAGO QUE FELIPE II MANDÓ SECAR PARA LEVANTAR
“LA PLAZA MAYOR DE MADRID”
Este célebre enclave de la capital se ubicaba, en sus inicios, en el extrarradio. Los monarcas acudían a cazar patos, después fue un mercado e incluso el escenario de ejecuciones públicas          

                  Auto de fe celebrado en la Plaza Mayor en 1680 en presencia de Carlos II                      
Cuesta imaginar que a finales del siglo XVI la laguna de Luján copara el espacio sobre el que hoy se levanta la célebre Plaza Mayor de Madrid. Más inverosímil parece que este enclave de la capital estuviera ubicado en el extrarradio de la incipiente Villa, cuando ahora lo visualizamos abarrotado de turistas y a un paso del kilómetro 0 de las carreteras españolas. La plaza –al principio denominada «del arrabal» por crecer en extramuros– fue ideada como una reforma del Rey Felipe II y llevada a cabo por sus sucesores: Felipe III y Carlos II. Situada junto a la popular Puerta del Sol, ha rivalizado en protagonismo urbano y social con ella por ser un punto comercial y de reunión.
Un lugar casi siempre embarrado que el arquitecto oficial de Felipe III– reconvirtió en unos de los lugares centrales tras designarla Ciudad Capital en tiempos de Felipe II.  Para ello utilizó un modelo que ya se había probado en Valladolid y que, en el fondo, respondía al modelo de foro romano de plaza porticada.
                                                             LA PLAZA DEL ARRABAL 
Poseía un carácter desordenado de mercado de diversas mercancías y alimentos. En 1565 el corregidor describe la necesidad de reformar el espacio de la Plaza con ampliaciones debido al aspecto avejentado de algunas casas. En su informe menciona una casa dedicada a la panadería y otra a la carnicería. La Plaza es famosa por la celebración de las primeras procesiones del Corpus Christi.
Durante la Inquisición se celebraron en esta plaza los autos de fe. A los reos a los que el tribunal condenaba a la pena capital y eran decapitados por hacha o cuchillo se les ponía mirando frente a la Casa de la Panadería. A los de garrote vil, frente a la Carnicería. No se pasaba a mejor vida del mismo modo si la Santa Inquisición decidía ser degollado o si dictaminaba el garrote vil
No mirará del mismo modo hacia la Casa de la Panadería de la plaza Mayor o la Casa de la Carnicería de la Plaza Mayor cuando sepa que era la dirección en que se colocaba a los reos civiles ejecutados por la Inquisición española. El Santo Oficio llevó a cabo centenares de ejecuciones en esta plaza. En 1805, las ejecuciones se trasladaron a la plaza de la Cebada, aunque en este emplazamiento permanecieron pocos años, ya que durante la dominación francesa, entre 1808 y 1814, volvieron a la Plaza Mayor                                                 LAS DOS FORMAS DE MORIR EJECUTADO EN LA PLAZA MAYOR               

Los tres incendios sufridos en los edificios del perímetro de la plaza en los años 1631, 1672  y 1790, fueron transformando su aspecto inicial y el re-diseño de diversos arquitectos. En 1805, las ejecuciones se trasladaron a la plaza de la Cebada, aunque en este emplazamiento permanecieron pocos años, ya que durante la dominación francesa, entre 1808 y 1814, volvieron a La Plaza  Mayor.                                      
El Balcón de la Plaza Mayor que Felipe IV mandó construir para su amante «La Calderona» 

       EL ROMANCE ENTRE LA HIJA ADOPTIVA DE CALDERÓN DE LA BARCA Y EL REY

          Obligó a la actriz abandonar los escenarios y provocó la ira de la Reina Isabel de Borbón           

Las conquistas de Felipe IV se cuentan a decenas: aristócratas, criadas, artistas, prostitutas e incluso alguna novicia pasaron por su alcoba para complacer al Rey. Sus numerosas aventuras dieron como resultado una treintena de hijos bastardos. Pero, sin duda, su romance con María Inés Calderón, fue el que más repercusión social tuvo: mandó construir un balcón en la Plaza Mayor, esquina con la calle Boteros (hoy

Felipe III), para que pudiera asistir a los espectáculos que allí se celebraban.  
 Felipe IV "El Hechizado"                                                                                Isabel de Borbón
                                                                                       
Felipe IV conoció a «La Marizápalos» como  así se llama también el balcón que ordenó levantar para ella– en 1627. Fue en su debut teatral en el corral de comedias de la Cruz, en Madrid. Ella, que había sido abandonada de bebé, fue adoptada por Calderón de la Barca. Ella amaba el teatro, pero la relación con el Rey le obligó a abandonar los escenarios en pleno éxito y provocó la ira de la  Reina Isabel de Borbón.                                                       
Por aquel entonces el monarca ya se había casado con la guapa Isabel de Borbón. Y, a su vez, «La Calderona» también tenía marido e incluso otro amante (Ramiro Núñez de Guzmán, duque de Medina de las Torres, viudo de la hija del Conde-Duque de Olivares). No obstante, el Rey quiso conocerla en persona y, con la excusa de felicitarla por su estreno teatral, entró en su camerino y ambos olvidaron sus compromisos matrimoniales. La inclinación y el favoritismo de Felipe IV por «La Calderona» ya eran flagrantes: el Rey le había cedido a la actriz un asiento en el balcón real de la Plaza Mayor. La Reina, al igual que el resto de madrileños, conocía y soportaba en silencio los escarceos pasionales de su esposo. Hasta que un día explotó y ordenó que la expulsaran del palco real. Sin embargo, el Rey lejos de calmar la ira de su esposa, decidió compensar a su amante predilecta y mandó construir otro balcón. Este, aunque en un lugar más discreto, sería exclusivamente para «La Calderona», al que los madrileños llamaron el de “La Marizápalos”, por un vetusto baile que ella solía interpretar en sus actuaciones.
     "La Calderona"                                                                                               Juan José de Austria
                                                                              Fruto de su relación nació uno de los pocos hijos ilegítimos del Rey: Juan José de Austria, al que reconoció como suyo, pese a que fue bautizado como «hijo de la tierra» (así se inscribía en el libro de bautismos cuando se desconocía al progenitor) en la parroquia de San Justo y San Pastor. No fue hasta 1642, en plena adolescencia del muchacho, cuando Felipe IV le aceptó como suyo.
Ese mismo año, una vez que la pareja ya había terminado su relación, el Rey ordenó que “La Calderona” ingresara en el monasterio de San Juan Bautista, en Valfermoso de las Monjas, Guadalajara. Tras ser abadesa durante varios años, harta de la vida monacal, huyó del convento y acabó sus días en la sierra que lleva su nombre al norte de Valencia.
                                     

                      LA AMBICIÓN LE JUGÓ UNA MALA PASADA A UN MADRILEÑO

      CEGADO POR LA AVARICIA TOMÓ UNA DECISIÓN QUE LE COSTARÍA LA VIDA

                               
Una misteriosa leyenda tiene como punto de origen el Monasterio de El Escorial, donde una popular creencia urbana ha sido alimentada generación tras generación por los madrileños.
              Así, fijamos un suculento botín en la sierra cercana al majestuoso templo.
Esta historia parte desde el mismo monasterio. Se cuenta que Rafael Corraliza, un empleado de la pagaduría de las obras del edificio (llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo XVI), no pudo contener su ambición y fijó su objetivo en una serie de doblones de oro que se encontraban en su interior.
                      Su incesante tintineo acabaría empujándole a ir a por el oro.
Tras hacerse con él, sujetó el botín acumulado en el cinto. Acto seguido, se apresuró a marcharse del lugar con dirección a Portugal. Sin embargo, la ruta de escape que siguió, creyendo que era la menos vigilada, conducía a la aldea de Robledondo. TRÁGICO DESENLACE
Al caer la noche, la mala fortuna hizo que Rafael atravesara y cayera en una zona conocida como Sima de los Pastores. Sus huesos junto al botín acabaron en el fondo de la cueva.
La peligrosidad de la sima hizo que fuera cubierta con ramas y piedras con el propósito de evitar que cualquier persona sufriera la suerte de Rafael Corraliza. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero la Sima de los Pastores continúa, impasible, recibiendo a aquellos que quieran revivir la historia.
                                                      “LA PISADA DEL DIABLO” 
     LA LEYENDA PAGANA QUE CARACTERIZA LA SIERRA DE MADRID
 EN LOS ALREDEDORES DE EL ESCORIAL,
  la morfología de una roca ha alimentado la superstición sobre  el Mal                 
La demora en la construcción de El Escorial ha alimentado todo tipo de conjeturas y leyendas en torno al fastuoso monumento y al propio Felipe II, pero lo cierto es que estas están presentes en los alrededores desde mucho antes de su edificación, acaso es resultado de la superstición popular. La Sierra de Guadarrama es, en ese sentido, abono fértil para estas historias, incluso en el origen mismo de este extraordinario paraje natural. A un kilómetro de la silla desde la que el citado monarca avistaba las obras del Monasterio, la extraña morfología de una roca dio lugar a la leyenda de «La Pisada del Diablo». Una oquedad sin aparente explicación figura sobre la piedra como si de barro se tratase. Se dice que fue el mismísimo demonio quien, enfurecido, clavó allí su talón cuando una niña se negó a blasfemar.
Se trataba de Martiña, feligresa y devota de la Virgen de Gracia. El Mal, disfrazado de campesino, se cruzó con ella bajo la pretensión de apoderarse de su alma. Insistente, no consiguió que la pequeña se rindiera ante él, por lo que saltó con tanta violencia que clavó su pie en la roca y dejó para siempre su huella. Este cuento, evidentemente ficticio, es fruto de las creencias fantasiosas que durante siglos han acompañado a la cultura mundana.     

  LA BIBLIOTECA DEL MONASTERIO DEL ESCORIAL FUE LA MAYOR COLECCIÓN PRIVADA DE TÍTULOS DE EUROPA EN EL SIGLO XVI.   
Si de algo pecó Felipe II (1527-1598), el “Rey Prudente” y el más poderoso de su tiempo, fue de querer saberlo todo. Formado en Filosofía, Matemáticas y Ciencias, el monarca español acumuló desde joven una cantidad ingente de libros que acabaron conformando la real biblioteca del Monasterio de El Escorial Una colección de títulos, la mayor parte de ellos religiosos, que alcanzó los 14.000 volúmenes a su muerte. Dejaba así la mayor colección privada de libros de Europa en su época que, más allá de su extenso número de ejemplares, era única por preservar alguno de los libros perseguidos por la Inquisición. Felipe II se sentía fascinado por la ciencia y la magia a partes iguales. Creía en la astrología y muchas de las fechas clave de su trono las hizo coincidir con los pronósticos favorables de su horóscopo. De hecho, hasta el día de su muerte, el rey guardó junto a su cama el «Pronostican», una predicción personal realizada para él por el mago alemán Matthias Hacus en 1550. Entre su colección privada había más de 200 libros relacionados con la magia, la alquimia y la cábala. La Inquisición no fue ajena a los intereses «herméticos» del poderoso monarca español.



Su biblioteca, la del Real Monasterio de El Escorial, fue objeto de especial interés por parte del Santo Oficio. Sin embargo, Felipe II supo mantener alejados a los censores de la Inquisición de sus preciados volúmenes. Para acallar cualquier insinuación de que el rey eludía los dictámenes eclesiásticos nombró, incluso, a su propio censor especial en El Escorial.
Felipe II fue, a tenor de los historiadores, un ferviente católico que, sin embargo, no quiso renunciar a ver y estudiar todo cuanto caía en sus manos. Se sabe que leyó la Arquitectura de Vitrubio, la Cosmografía de Apiano, los tratados de Arquímedes en griego y latín, y a Hipócrates, Galeno y a Aristóles, entre muchos otros autores capitales. También acumuló miles de manuscritos en griego y hebreo y medio millar de códices árabes.                      
 Los Libros “Más Raros y Exquisitos”               
Su intención al crear la biblioteca de El Escorial fue convertir el Real Sitio en un centro de eruditos y científicos. El rey quiso traer hasta Madrid los libros más «raros y exquisitos» del mundo, como dejó constancia en una carta enviada al embajador francés en 1567 presumiendo de su colección. Según los historiadores, en un listado elaborado en 1634 –36 años después de la muerte de Felipe II– por el bibliotecario del monasterio, El Escorial tenía cerca de 400 libros prohibidos en sus armarios. De ellos, según recoge en un estudio el historiador y académico José Manuel Sánchez Ron, 74 eran científicos.
La Inquisición quiso expurgar los libros prohibidos de Felipe II desde 1584. El rey consiguió eludir los mandatos eclesiásticos durante más de una década impidiendo que el Santo Oficio «limpiara» los fondos de su biblioteca y controlara el incesante ingreso de nuevos títulos. En 1597, solo un año después de que Felipe II le nombrara inquisidor general, Pedro Portocarrero se enfrentó al rey para pedirle que dejara a la Inquisición hacer su expurga en El Escorial.
Un año más tarde su «católica majestad» murió logrando su objetivo de mantener sana y salva su biblioteca. Su hijo y sucesor Felipe III preservó los deseos de su padre y, en 1613, logró el permiso de la Inquisición para tener libros prohibidos con la condición de que solo el prior, el bibliotecario y los catedráticos pudieran leerlos. Una lucha que ha permitido conservar, a lo largo de cuatro siglos, parte del gran tesoro bibliográfico de Felipe II.                                                              
               

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