EL LAGO QUE FELIPE II MANDÓ SECAR PARA LEVANTAR
“LA PLAZA MAYOR DE MADRID”
Este célebre
enclave de la capital se ubicaba, en sus inicios, en el extrarradio. Los
monarcas acudían a cazar patos, después fue un mercado e incluso el escenario
de ejecuciones públicas
Auto de fe celebrado en la Plaza Mayor en 1680 en presencia de Carlos II
Cuesta imaginar que a finales del siglo XVI la laguna de Luján copara el
espacio sobre el que hoy se levanta la célebre Plaza
Mayor de Madrid. Más inverosímil parece que este enclave de la
capital estuviera ubicado en el extrarradio de la incipiente Villa, cuando
ahora lo visualizamos abarrotado de turistas y a un paso del kilómetro 0 de las
carreteras españolas. La plaza –al principio denominada «del arrabal» por
crecer en extramuros– fue ideada como una reforma del Rey Felipe II y llevada a cabo por sus sucesores: Felipe III y Carlos II. Situada
junto a la popular Puerta del Sol, ha rivalizado en protagonismo urbano y
social con ella por ser un punto comercial y de reunión.
Un lugar casi siempre embarrado
que el arquitecto oficial de Felipe III– reconvirtió en unos de los
lugares centrales tras designarla Ciudad Capital en tiempos de Felipe II. Para ello utilizó un modelo que ya
se había probado en Valladolid y que, en el fondo, respondía al modelo de foro romano de plaza porticada.
LA PLAZA
DEL ARRABAL
Poseía un carácter desordenado de mercado de diversas mercancías y
alimentos. En 1565 el corregidor describe la necesidad de reformar el espacio de la Plaza
con ampliaciones debido al aspecto avejentado de algunas casas. En su informe
menciona una casa dedicada a la panadería y otra a la carnicería. La Plaza es famosa por la
celebración de las primeras procesiones del Corpus Christi.
Durante la
Inquisición se celebraron en esta plaza los autos de fe. A los reos a los que
el tribunal condenaba a la pena capital y eran decapitados por hacha o cuchillo se les ponía mirando frente a la
Casa de la Panadería. A los de garrote vil, frente
a la Carnicería. No
se pasaba a mejor vida del mismo modo si la Santa Inquisición decidía ser degollado
o si dictaminaba el garrote vil
No mirará del mismo modo hacia la Casa de la
Panadería de la plaza Mayor o la Casa de la Carnicería de la Plaza Mayor cuando
sepa que era la dirección en que se colocaba a los reos civiles ejecutados por
la Inquisición española. El Santo Oficio llevó a cabo centenares de ejecuciones
en esta plaza. En 1805, las
ejecuciones se trasladaron a la plaza de la Cebada, aunque en este
emplazamiento permanecieron pocos años, ya que durante la dominación francesa,
entre 1808 y 1814, volvieron a la Plaza Mayor LAS DOS FORMAS DE MORIR EJECUTADO EN LA PLAZA MAYOR
Los tres incendios sufridos en los edificios del perímetro de la plaza en
los años 1631, 1672 y 1790, fueron transformando su aspecto inicial y el
re-diseño de diversos arquitectos. En 1805, las ejecuciones se trasladaron a la plaza de
la Cebada, aunque en este emplazamiento permanecieron pocos años, ya que
durante la dominación francesa, entre 1808 y 1814, volvieron a La Plaza Mayor.
El Balcón de la Plaza Mayor que Felipe IV mandó
construir para su amante «La Calderona»
EL ROMANCE ENTRE LA HIJA ADOPTIVA DE
CALDERÓN DE LA BARCA Y EL REY
Obligó a la actriz abandonar los escenarios y provocó la ira de la Reina Isabel de Borbón
Las conquistas de Felipe IV se cuentan a decenas: aristócratas, criadas, artistas, prostitutas e incluso alguna novicia pasaron por su alcoba para complacer al Rey. Sus numerosas aventuras dieron como resultado una treintena de hijos bastardos. Pero, sin duda, su romance con María Inés Calderón, fue el que más repercusión social tuvo: mandó construir un balcón en la Plaza Mayor, esquina con la calle Boteros (hoy
Felipe III), para que pudiera asistir a los
espectáculos que allí se celebraban.
Felipe IV "El Hechizado" Isabel de Borbón
Felipe IV "El Hechizado" Isabel de Borbón
Felipe IV conoció a «La Marizápalos» como así se llama también el balcón que ordenó levantar para ella– en 1627. Fue en su debut teatral en el corral de comedias de la Cruz, en Madrid. Ella, que había sido abandonada de bebé, fue adoptada por Calderón de la Barca. Ella amaba el teatro, pero la relación con el Rey le obligó a abandonar los escenarios en pleno éxito y provocó la ira de la Reina Isabel de Borbón.
Por aquel entonces el monarca ya se había casado con
la guapa Isabel de Borbón. Y, a su vez, «La Calderona» también tenía marido e
incluso otro amante (Ramiro Núñez de Guzmán, duque de Medina de las Torres,
viudo de la hija del Conde-Duque de Olivares). No obstante, el Rey quiso
conocerla en persona y, con la excusa de felicitarla por su estreno teatral,
entró en su camerino y ambos olvidaron sus compromisos matrimoniales. La inclinación y el favoritismo de Felipe IV por «La
Calderona» ya eran flagrantes: el Rey le había cedido a la actriz un asiento en
el balcón real de la Plaza Mayor. La Reina, al igual que el resto de
madrileños, conocía y soportaba en silencio los escarceos pasionales de su esposo.
Hasta que un día explotó y
ordenó que la expulsaran del palco real. Sin embargo, el Rey lejos de calmar la
ira de su esposa, decidió compensar a su amante predilecta y mandó construir
otro balcón. Este, aunque en un lugar más discreto, sería exclusivamente para
«La Calderona», al que los madrileños llamaron el de “La Marizápalos”, por un vetusto baile que ella solía interpretar en sus actuaciones.
"La Calderona" Juan José de Austria
Fruto de su relación nació uno de los pocos hijos
ilegítimos del Rey: Juan José de Austria, al que reconoció como suyo, pese a que fue bautizado como «hijo de la tierra» (así
se inscribía en el libro de bautismos cuando se desconocía al progenitor) en la
parroquia de San Justo y San Pastor. No fue hasta 1642, en plena adolescencia
del muchacho, cuando Felipe IV le aceptó como suyo.
"La Calderona" Juan José de Austria
Ese mismo año, una vez que la pareja ya había
terminado su relación, el Rey ordenó que “La
Calderona” ingresara en el monasterio de San Juan Bautista, en
Valfermoso de las Monjas, Guadalajara. Tras ser abadesa
durante varios años, harta de la vida monacal, huyó del convento y
acabó sus días en la sierra que lleva su nombre al norte de Valencia.
LA AMBICIÓN LE JUGÓ UNA MALA PASADA A UN MADRILEÑO
CEGADO POR LA AVARICIA TOMÓ UNA DECISIÓN
QUE LE COSTARÍA LA VIDA
Una misteriosa leyenda tiene
como punto de origen el Monasterio de El Escorial, donde una popular creencia
urbana ha sido alimentada generación tras generación por los madrileños.
Así, fijamos un suculento botín en la sierra cercana al majestuoso templo.
Esta historia parte desde el mismo monasterio. Se
cuenta que Rafael Corraliza, un empleado de la pagaduría de las obras del edificio
(llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo XVI), no pudo contener su
ambición y fijó su objetivo en una serie de doblones de oro que se encontraban
en su interior.
Su incesante tintineo acabaría empujándole a ir a por el oro.
Su incesante tintineo acabaría empujándole a ir a por el oro.
Tras hacerse con él, sujetó el botín acumulado en el
cinto. Acto seguido, se apresuró a marcharse del lugar con dirección a
Portugal. Sin embargo, la ruta de escape que siguió, creyendo que era la menos
vigilada, conducía a la aldea de Robledondo. TRÁGICO DESENLACE
Al caer la noche, la mala fortuna hizo que Rafael
atravesara y cayera en una zona conocida como Sima de los Pastores. Sus huesos junto al botín acabaron en el fondo de la cueva.
La peligrosidad de la sima hizo que fuera cubierta con ramas y piedras con el propósito de evitar
que cualquier persona sufriera la suerte de Rafael Corraliza. Ha pasado mucho
tiempo desde entonces, pero la Sima de los Pastores continúa, impasible,
recibiendo a aquellos que quieran revivir la historia.
LA
LEYENDA PAGANA QUE CARACTERIZA LA SIERRA DE MADRID
EN LOS ALREDEDORES DE EL ESCORIAL,
la morfología de una roca ha alimentado la
superstición sobre el Mal
La demora en la construcción de El Escorial ha alimentado todo tipo de conjeturas y leyendas en torno al fastuoso
monumento y al propio Felipe II, pero lo cierto es que estas están
presentes en los alrededores desde mucho antes de su edificación, acaso es
resultado de la superstición popular. La Sierra de Guadarrama es, en ese
sentido, abono fértil para estas historias, incluso en el origen mismo de este extraordinario
paraje natural. A un kilómetro de la silla desde la que el citado monarca avistaba las
obras del Monasterio, la extraña morfología de una roca dio lugar a la leyenda de «La Pisada del Diablo».
Una oquedad sin aparente explicación figura sobre la piedra como si de barro se
tratase. Se dice que fue el mismísimo demonio quien, enfurecido, clavó allí su
talón cuando una niña se negó a blasfemar.
Se trataba de Martiña, feligresa y devota de la Virgen de Gracia. El Mal,
disfrazado de campesino, se cruzó con ella bajo la pretensión de apoderarse de
su alma. Insistente, no consiguió que la pequeña se rindiera ante él, por lo
que saltó con tanta violencia que clavó su pie en la roca y dejó para
siempre su huella. Este cuento, evidentemente ficticio, es fruto de
las creencias fantasiosas que durante siglos han acompañado a la cultura
mundana.
LA BIBLIOTECA DEL MONASTERIO DEL ESCORIAL FUE LA MAYOR COLECCIÓN PRIVADA DE TÍTULOS DE EUROPA EN EL SIGLO XVI.
LA BIBLIOTECA DEL MONASTERIO DEL ESCORIAL FUE LA MAYOR COLECCIÓN PRIVADA DE TÍTULOS DE EUROPA EN EL SIGLO XVI.
Si de algo pecó Felipe II (1527-1598), el “Rey Prudente” y el más poderoso de su tiempo,
fue de querer saberlo todo. Formado en Filosofía, Matemáticas y Ciencias, el
monarca español acumuló desde joven una cantidad ingente de libros que acabaron conformando
la real biblioteca del Monasterio de El Escorial Una colección de títulos, la mayor
parte de ellos religiosos, que alcanzó los 14.000 volúmenes a su muerte. Dejaba
así la mayor colección privada de libros de Europa en su época que, más allá de su
extenso número de ejemplares, era única por preservar alguno de los libros
perseguidos por la Inquisición. Felipe II se sentía fascinado por la ciencia y la magia a
partes iguales. Creía en la astrología y
muchas de las fechas clave de su trono las hizo coincidir con los pronósticos
favorables de su horóscopo. De hecho, hasta el día de su muerte, el rey guardó junto a su
cama el «Pronostican», una predicción personal realizada para
él por el mago alemán Matthias Hacus en 1550. Entre su colección privada había
más de 200 libros relacionados con la magia, la alquimia y la cábala.
La Inquisición no fue ajena a los intereses «herméticos» del poderoso monarca
español.
Su biblioteca, la del Real Monasterio de El Escorial, fue objeto de especial interés por
parte del Santo Oficio. Sin embargo, Felipe II supo mantener
alejados a los censores de la Inquisición de sus preciados volúmenes. Para
acallar cualquier insinuación de que el rey eludía los dictámenes eclesiásticos
nombró, incluso, a su propio censor especial en El Escorial.
Felipe II fue, a tenor de los historiadores, un ferviente católico que,
sin embargo, no quiso renunciar a ver y estudiar todo cuanto caía en sus manos.
Se sabe que leyó la Arquitectura de Vitrubio, la Cosmografía de Apiano, los
tratados de Arquímedes en griego y latín, y a Hipócrates, Galeno y a Aristóles,
entre muchos otros autores capitales. También acumuló miles de manuscritos en
griego y hebreo y medio millar de códices árabes.
Los Libros “Más Raros y Exquisitos”
Los Libros “Más Raros y Exquisitos”
Su intención al crear la biblioteca de El Escorial fue convertir el Real
Sitio en un centro de eruditos y científicos. El rey quiso traer
hasta Madrid los libros más «raros y exquisitos» del mundo, como dejó
constancia en una carta enviada al embajador francés en 1567 presumiendo de su
colección. Según los historiadores, en un listado elaborado en 1634 –36 años
después de la muerte de Felipe II– por el bibliotecario del monasterio, El
Escorial tenía cerca de 400 libros prohibidos en sus armarios. De ellos, según
recoge en un estudio el historiador y académico José Manuel Sánchez Ron, 74
eran científicos.
La Inquisición quiso expurgar los
libros prohibidos de Felipe II desde 1584. El rey consiguió eludir los mandatos
eclesiásticos durante más de una década impidiendo que el Santo
Oficio «limpiara»
los fondos de su biblioteca y controlara el incesante ingreso de nuevos
títulos. En 1597, solo un año después de que Felipe II le nombrara inquisidor
general, Pedro Portocarrero se
enfrentó al rey para pedirle que dejara a la Inquisición hacer su expurga en El
Escorial.
Un año más tarde su «católica majestad» murió logrando
su objetivo de mantener sana y salva su biblioteca. Su hijo y sucesor Felipe III preservó los deseos de su padre y, en 1613, logró el permiso de la Inquisición para tener libros prohibidos con la condición de que
solo el prior, el bibliotecario y los catedráticos pudieran leerlos. Una lucha
que ha permitido conservar, a lo largo de cuatro siglos, parte del gran tesoro bibliográfico de Felipe II.
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