jueves, 12 de mayo de 2016

ABELARDO y ELOISA

En la Edad Media destacamos a Eloísa, autora de unas conmovedoras y apasionadas cartas a su amado Abelardo.
Abelardo fue un joven y famoso teólogo francés del siglo XII, profesor de la catedral de Notre Dame, en París. El canon de la catedral lo contrató para que diera clases privadas a su hermosa y culta sobrina Eloísa, quien a la edad de 17 años ya sabía teología, filosofía, griego, hebreo y latín.
Cometieron el error de enamorarse, a pesar de los planes del tío de Eloísa de casarla con un importante aristócrata. Se fugaron a las tierras de Abelardo en Bretaña, contrajeron matrimonio y tuvieron un hijo. Pero el tío de Eloísa no pudo perdonar a Abelardo, a quien acusaba de seducción, y contrató a unos matones que lo castraron.
Eloísa, joven aún, se quejaba ante el mundo y ante Dios. Consideraba abominable la terrible mutilación de su amado y le repetía que seguiría queriéndolo toda la vida.
Abelardo, finalmente, decidió meterse a monje, a pesar de las protestas de su amada. Y aunque a ella no le quedó más remedio que meterse a monja también, pasó el resto de su vida desesperadamente enamorada de Abelardo. Nunca dejó de amarlo. Tampoco perdonó jamás a su tío, ni a la iglesia, ni a Dios.
Abelardo más o menos se resignó. Llegó a afirmar que su tragedia era un merecido castigo divino: había pecado con Eloísa. A Eloísa, en cambio, le ocurrió lo contrario: cada día se sentía más rebelde contra el mundo y crecía más su angustia.
En sus cartas podemos vislumbrar no sólo el dolor que sentía por su trágica historia con Abelardo; sino el concepto que tenía sobre el amor y una visión sobre la mujer. Así, advertimos que estaba influenciada por la visión que tenían los hombres del género femenino. Se creía inferior a su amado. Esto explica que se maraville cuando éste le contesta una de sus cartas invirtiendo el orden natural:
Yo me admiro, mi bien amado, de que derogando en vuestra carta el uso ordinario y también el orden natural de las cosas, para la fórmula del saludo, vos, por deferencia, habéis puesto mi nombre antes del vuestro: una mujer antes que un hombre, una esposa antes de su marido, una sierva antes de su amo, una monja antes que un monje y sacerdote, una diaconisa antes que un abad [3].
Por otra parte, se sentía responsable de las desgracias que le habían acontecido a su esposo. Es más, siguiendo la estela de los autores más misóginos, afirmaba que el género femenino había sido el causante de muchas de las desgracias del hombre:
¡Era preciso que yo viniese al mundo para ser la causa de tan espantoso crimen! ¡Sexo fatal! ¡El será, pues, siempre la pérdida y el azote de los más grandes hombres! También el libro de los Proverbios nos enseña que debe guardarse de la mujer: “(...) su casa es el camino del infierno; ella conduce hasta las profundidades de la muerte”. El Eclesiástico dice también: “(..) he encontrado que la mujer es más amarga que la muerte; ella es la red del cazador: su corazón es una lanza y sus manos son cadenas. Aquel que es agradable á Dios, se salvará de ella; pero el pecador caerá en sus lazos". Desde un principio, la primera mujer ha seducido á su esposo y le hizo echar del paraíso… [4]
Asimismo, Eloísa, siguiendo a Aristóteles y a los pensadores de su tiempo, afirmaba que las mujeres eran más vacilantes que los hombres en la contención de sus deseos carnales:
Los mismos Concilios han decidido, en favor á nuestra debilidad, no ordenar de diáconas antes de los cuarenta años, y esto después de grandes pruebas, mientras que los hombres lo pueden ser á los veinte [5].
Y tenía la noción de que el género femenino era más débil que el masculino:
¿No es, pues, separarse de la prudencia y de la razón el no consultar las fuerzas de aquellos á quienes se les imponen cargas, y a forzar a la naturaleza en su constitución? (...) ¿Los mismos deberes a los enfermos que a los sanos? ¿A una mujer que a un hombre? ¿Al sexo débil como al fuerte?
Pese a que el concepto que Eloísa tenía de sí misma, en particular, y del sexo femenino, en general, estaba influenciado por la visión masculina; hallamos elementos desestabilizadores que no casan con el modelo de mujer impuesto por el hombre. Esto es lo verdaderamente interesante, lo esencial, para descubrir la auténtica esencia de la mujer, oculta, prisionera, esperando a ser hallada, liberada. Así, en abierta oposición a lo moralmente lícito, Eloísa confiesa que más que la esposa de su amado preferiría haber sido su amante su o su concubina:
Aunque el nombre de esposa sea juzgado más santo y más fuerte, otro hubiera sido siempre más duce a mi corazón: el de vuestra amante, y lo diré sin ofenderos, el de vuestra concubina [6].
Este deseo responde a la concepción del matrimonio, no como un vínculo que sellaba el amor, sino como un contrato promovido por intereses materiales. Frente a esta implacable realidad, la autora reivindica el amor verdadero:
Nunca, Dios lo sabe, he buscado en vos otra cosa que á vos mismo. Es á vos, á vos solo, no a vuestros bienes a quien yo amo [7].
Y, pese a la imagen que dan los hombres del género femenino como dominado por su sexo, esta mujer siente que su amor la hace trascender más allá de éste:
Vuestro amor me había elevado demasiado por encima de mi sexo [8].
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A Abelardo y Eloisa, solo se les conoce por ser una pareja "Imposible" según los cánones de la epoca, sin embargo se ha hablado poco, o nada, de la escritora, pero la Asociación quiere, como viene siendo habitual, resaltar este hecho, teniendo en cuenta que la escritura para la mujer ha sido, siempre, algo difícil, hacerlo en esa  época era poco menos que imposible, si con estos, escuetos escritos, logramos que se llegue a conocer algo más pues bienvenido sea.

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